‘La náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado’.
Aborto libre y progresismo
En
estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del
aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia
natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras
decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo
sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no
pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada,
hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele
basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral
religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un
ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción.
Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y
en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un
proyecto de ser, con un código genético propio que con toda
probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón
no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce
que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al
abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a
una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su
desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es
que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es,
parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil
del litigio.
La
socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera
el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad,
pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el
problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en
la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para
creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de
pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué
momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en
nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de
nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el
mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre
que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que
podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más
modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él
con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres.
Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara
el más elemental código de derechos humanos, en el que también se
incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente,
subordinándole al otro.
Y
el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados
de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un
progresista antiabortista. Para estos, todo aquel que se opone al aborto
libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha
gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo
respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no
violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa
de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al
patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que
tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra,
la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En
consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba
atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba
bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era
procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había,
pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto
en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no
persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí,
pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con
capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más
desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión
carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se
empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección
del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e
inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su
eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y
esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones
callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más
débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y
ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va
contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más
pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la
era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos
progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier
forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado. ‘ABC’ Esp. 2007.XII.20
"Lo que yo presencié en la industria del aborto"
Carol
Everett estuvo en la industria del aborto del área de Dallas-Texas,
desde 1977 hasta 1983. Como directora de cuatro clínicas, propietaria de
dos, Everett, quien se hizo un aborto poco tiempo después de que fuera
legal en 1973, ahora habla...
¿Cuál es la fuerza que gobierna a la industria del aborto?
El
dinero. Es un negocio muy lucrativo. Es la industria no regulada más
grande en nuestra nación. La mayoría de las clínicas trabajan con muchas
sucursales porque son muy lucrativas.
¿Cuánto dinero estaba ganando en la industria del aborto antes de que renunciara?
Estaba
ganando una comisión de $25 dólares por cada aborto que yo "vendía". En
1983, el año en que me fui, había ganado aproximadamente 250.000
dólares. Pero en 1984 esperábamos operar en cinco clínicas,
interrumpiendo cerca de 40.000 embarazos, y con esa proyección yo
calculé ganar un millón de dólares. Dinero, dinero, dinero, allí era
donde estaba mi corazón.
¿Por qué se refiere usted a "vender abortos"?
El
producto, el aborto, es hábilmente comercializado y vendido a la mujer
en un momento de crisis en su vida. Ella compra el producto, lo
encuentra defectuoso y quiere regresarlo para un reembolso. Pero es
demasiado tarde. Su bebé está muerto.
¿De qué manera es engañada la mujer?
De dos maneras: el personal de la clínica y los vendedores de abortos
deben negar la personalidad del bebé y el dolor causado por ese
procedimiento. Cada mujer tiene dos preguntas en la conciencia: "¿Es un
bebé?" y "¿Me dolerá mucho?" Los abortistas deben responder: "NO". Ellos
deben mentir para asegurarse el consentimiento de la mujer y el pago a
la clínica. A la mujer se le dice que estamos tratando "el producto de
la concepción" o "un coágulo de sangre". A ellas se les dice que
sentirán sólo ligeros calambres, mientras que en realidad el aborto es
extremadamente doloroso.
¿Qué tipo de consejos se ofrecían en las clínicas?
En las clínicas en las que yo estuve envuelta no hacíamos nada para
aconsejar. Sólo respondíamos las preguntas que las mujeres nos hacían y
tratábamos de no "hundir el barco". No discutíamos alternativas al
aborto a menos que la mujer nos forzara a hacerlo. Vendíamos abortos.
¿Cuáles eran los métodos de aborto que se usaban en sus clínicas?
En su mayor parte, la industria del aborto dejó de usar los
procedimientos salinos y de prostaglandina debido al número de
nacimientos vivos. Un nacimiento vivo significa que usted debe dejar que
el bebito muera, o deshacerse de él de una manera repugnante. La
mayoría de los abortistas usan el método de D y E (dilatación y
evacuación) para el segundo y tercer trimestres. El abortista usa largos
fórceps para despedazar al bebé dentro del útero de la madre y para
remover los pedazos. Así se evitan los efectos secundarios de
nacimientos vivos y que la mamá pase por la experiencia de un parto.
Pero éste es un procedimiento horrible en el cual el bebé despedazado
debe ser reconstruido fuera del útero para asegurarse de que salieron
todos los pedazos.
¿Cómo se deshacen de un bebé abortado?
En nuestras clínicas, los echábamos en el triturador de basura.
Nosotros usamos el modelo más potente. Algunos músculos de bebés de
segundo y tercer trimestre eran tan fuertes que, como el bebé no se iba a
triturar, teníamos que tirarlos en recipientes de basura.
Se supone que el aborto es una experiencia "sin riesgo". ¿De qué complicaciones puede usted dar testimonio?
En los últimos 18 meses en que estuve en el negocio, hicimos más de 500
abortos al mes y matando o mutilando a una mujer cada 500. Las
complicaciones más comunes son perforaciones o rasgaduras en el útero y
muchas de éstas terminan en histerectomías. El abortista también puede
cortar o dañar las vías urinarias, lo cual requiere reparación
quirúrgica. Una complicación que rara vez se hace pública es en la que
el abortista perfora el útero y saca los intestinos por la vagina,
ocasionando la colostomía. Algunas de éstas pueden volverse atrás, pero
otras colostomías son para el resto de la vida.
¿Cómo esconden al público esas muertes y complicaciones?
Se monta a la mujer en mi carro (una ambulancia parada afuera de una
clínica de abortos es una pésima publicidad) para transportarla a un
hospital que proteja al doctor y la reputación de la clínica de abortos.
La preocupación no es por la paciente sino solamente por guardar una
reputación intachable. Es necesario cubrir la forma con los familiares
de la paciente que están tratando de lidiar con sus sentimientos de
culpabilidad y otras emociones debidas a la situación y no quieren
enfrentarse con la presión adicional de que se exponga la verdad a
través de los medios de difusión.
¿Por qué se salió usted del negocio de abortos?
Dos cosas entraron en juego al mismo tiempo. Experimenté una profunda
transformación religiosa: una conversión. Y casi al mismo tiempo que
estaba cambiando de parecer, una estación televisiva de Dallas hizo una
denuncia en la que exponía los abortos que hacíamos en mi clínica a
mujeres que no estaban embarazadas ¡todo por dinero! Finalmente me di
cuenta: "No estamos ayudando a las mujeres, estamos destruyéndolas, y
también a sus hijos". Para entonces mi transformación estuvo completa y
caí en la cuenta de que no solamente debía abandonar mi participación en
la industria del aborto, sino que tenía que ayudar a promover la
verdad.
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